14 Dic SABORES DE RECONCILIACIÓN
POR ALEXIS MELO / FOTOGRAFÍA: COLECCIÓN DE IMPERIAL WAR MUSEUMS
La diplomacia culinaria es un gran ejercicio para comprobar cómo se puede utilizar la comida como una herramienta para promover la construcción de relaciones, la cooperación y la paz.
La comida es, por supuesto, una de las herramientas más antiguas en las estrategias de los diplomáticos, pero pocas veces ha sido examinada de esa manera. Desde la antigua China hasta Persia y Grecia, la realeza y los líderes entretuvieron a los jefes de Estado extranjeros, ansiosos por mostrar la herencia culinaria de su nación y demostrar que habría una relación cordial.
La Ruta de la Seda, por ejemplo, facilitó el intercambio culinario además de la interdependencia económica y cultural. Incluso funcionó como moneda de cambio para enfriar los conflictos violentos o recuperar territorios de forma pacífica.
De bagaje histórico, hay dos sucesos en la historia moderna que le demostraron a la sociedad y a las fuerzas bélicas, que el fuego une y la comida hermana. Solo hace falta la voluntad, una acción del ser humano que tiene más valor que una bala de cualquier fusil.
TREGUA NAVIDEÑA EN LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL
La Tregua de Navidad ocurrió la Nochebuena del año 1914, en el bosque de Hürtgen, en la frontera belgo-alemana, al norte de la ciudad de Aquisgrán, cuando los disparos de los rifles y la explosión de los proyectiles se desvanecieron en varios lugares a lo largo del frente occidental durante la Primera Guerra Mundial, todo para celebrar la cena mediante; se realizó un alto al fuego no oficial, permitiendo que los soldados de ambos lados del conflicto (Potencias de la Entente vs Potencias Centrales) salieran de las trincheras para compartir un gesto de buena voluntad y desear «Feliz Navidad» en las lenguas nativas de sus enemigos.
Al principio, los soldados aliados temieron que fuera un truco, pero al ver a los alemanes desarmados estrecharon la mano de los soldados enemigos. Los hombres intercambiaron regalos, cigarrillos y budines de ciruela, también cantaron villancicos y canciones. Algunos alemanes encendieron árboles de Navidad alrededor de sus trincheras, e incluso hubo un caso documentado de soldados de bandos opuestos jugando un amistoso partido de fútbol.
CENANDO CON EL ENEMIGO, 1944
Otra cena para estrechar lazos y olvidar el odio se llevó a cabo durante la Segunda Guerra Mundial, justo en medio de la sangrienta Batalla de las Ardenas.
Se trata de un relato que cuenta la historia de Fritz Vincken, un niño alemán de 12 años de edad que vivía con su madre en una pequeña cabaña en el bosque de Hürtgen, después de haber escapado de su ciudad natal de Aachen, que fue parcialmente destruida en una ofensiva estadounidense.
Esa noche, en víspera de Navidad de 1944, Fritz y su madre respondieron a un golpe en la puerta, eran tres soldados estadounidenses, uno de ellos gravemente herido. Si bien los Vincken no hablaban inglés, ni los estadounidenses alemán, podían comunicarse hasta cierto punto en francés. La madre de Fritz invitó a los estadounidenses a entrar después que estos tres militares habían vagado por el bosque durante tres días para encontrar a su tropa mientras se escondían de los alemanes.
La madre de Fritz preparó un caldo con pollo y papas, pero mientras cocinaban, hubo un segundo golpe en la puerta, eran cuatro miembros de las fuerzas Wehrmacht que dejaron paralizado al pequeño Fritz, quien desconocía la ley que dictaba que dar cobijo a soldados enemigos constituía alta traición. ¡Todos podrían ser fusilados!
La madre del niño dejó pasar a los militares Nazis extraviados para comieran algo y pudieran resguardarse del frío, no sin antes decirles: “Tendrán una cena caliente. Pero tenemos otros tres invitados, a quienes quizás no consideren amigos. Ésta es la víspera de Navidad, y aquí no habrá disparos”.
Los alemanes apilaron sus armas junto a la puerta y, después de una rápida conversación en francés, los sorprendidos estadounidenses también entregaron sus armas a la madre de Fritz. Todo el grupo mixto, en tensión, se sentó y compartió la cena; según Fritz.
La tregua se mantuvo hasta la mañana siguiente, cuando los soldados se dieron la mano y partieron, desconcertados; cumpliendo con la regla de regresar con sus grupos armados.
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