BIARRITZ: ARROGANTE Y ENIGMÁTICO

BIARRITZ: ARROGANTE Y ENIGMÁTICO

 

Texto y fotos: Pepe Treviño

 

Estoy en Biarritz, la puerta de entrada al “otro sur de Francia”, la tierra del surf, el lujo, los vinos y la gastronomía. Desde el aire descubro el mar Cantábrico y me preparo para el descenso.

 

Mientras avanza el taxi hago una radiografía imaginaria de las atracciones que podré ver en esta zona. Es de noche y las calles de la ciudad lucen desiertas, pero al mismo tiempo me dejan ver su arquitectura moderna que se funde con algunas casas de tipo vasco, con sus grandes fachadas de madera rojiblanca, demostrando su pasado con orgullo.

Metros adelante, frente al mar, descubro con la mirada un palacio. Se trata del Hôtel du Palais, un edificio que fue originalmente la residencia de verano de la emperatriz Eugenia, esposa del emperador Napoleón III.

Un guardia de seguridad abre la pluma de acceso. Sorprendido, imagino el pasado de este lugar, cuando en el año de 1854, la esposa de Napoleón III decide poner la primera piedra de este palacio, que en ese entonces fue llamado Villa Eugenia.

Como si me encontrara en un set de una novela épica, el concierge me da la bienvenida mientras me registro en la recepción del hotel. Por aquí desfiló casi toda la nobleza europea desde el siglo XIX hasta el XX. Marcó todo un estilo de viaje en la región; era el Segundo Imperio, cuando sus visitantes le dieron la fama de “Biarritz, reina de las playas y playa de los reyes”.

Con esa idea me fui a mi habitación. El cansancio de no dormir en un cama desde el día de ayer ya me tenía adormilado. Valió la pena el sacrificio: tanto lujo y confort pagaron el aburrimiento de las cuatro horas de espera en el aeropuerto de París para llegar hasta aquí.

Conforme camino por los pisos de madera, a cada paso se escucha el rechinar de las tablas que conforman el camino que me llevará hasta mi habitación. Si estas maderas y paredes hablaran, qué historias contarían. Desde aquellas que hablan de felicidad, amor y desenfreno hasta sus horas más patéticas con grandes dosis de frivolidad.

Mi habitación es espectacular. Por un momento, me siento intimidado al estar rodeado de muebles y cuadros antiguos. Algunos han estado aquí desde que el edificio abrió sus puertas por primera vez; desde que el matrimonio imperial juró tener una cita con la ciudad de Biarritz cada año.

SURF, REALEZA Y CAZADORES DE BALLENAS

Al siguiente día tuve mi primer encuentro con la cocina de la región. Comencé con el pie grande. El restaurante La Rotonde ofrece un bufete con todas las características que describen mis debilidades gastronómicas. Antes de tomar asiento veo ininterrumpidamente la mesa de pan, embutidos y quesos de diversos tipos, al mismo tiempo que pido una taza de café.

Llego a la mesa que está junto a un ventanal –el hotel está justo enfrente de la playa, sobre un pequeño risco– y admiro el poderoso mar que parece devorar la playa. Los cristales del hotel aíslan el ruido, así que vuelvo a concentrarme en devorar lo que se me ponga enfrente, como el jamón de Bayona (antes de ser degustado tiene que secar por lo menos seis meses) o el queso de marengo, servido con una deliciosa salsa de cerezas negras. Por allá veo unos crujientes croissants que le inyectan sabor a cada sorbo de café. La fruta, será para otra ocasión.

En el lobby me espera Catherine, mi guía. Nos aguarda un pequeño viaje carretero para descubrir la magia de los pueblos aledaños. Antes, le pedí dar un paseo por la playa; aunque apenas son las 9:00 a.m. ya se pueden ver a intrépidos surfistas dispuestos a retar las olas impulsadas por el poder del mar y el viento.

Sí, el surf es un estilo de vida en Biarritz. Aunque la historia afirma que esta región era la meca de cazadores de ballenas y para el siglo XI era un importante pueblo pesquero, los surfistas han posicionado a este destino en el mundo como un lugar de amor y paz, quizá por que aquí se vivió un ambiente de espíritu hippie en los 50 y 60, proveniente de las playas de California.

Seguimos caminando. No puedo dejar de pensar en la nobleza, en sus fiestas, bailes, cenas bajo fuegos artificiales y entrevistas diplomáticas. Pero aunque veo a los surfistas sonreír, también trato de imaginar cómo sus habitantes sortearon los problemas que azotaron este lugar. Por ejemplo, después de la guerra franco-prusiana, en 1871, llegó “la belle Époque” y los nuevos desfiles de príncipes y princesas. Durante la guerra de 1914-1918, cuando el puerto fue tomado –el Hôtel du Palais fue convertido en hospital–, llegó una nueva juventud, ansiosa de recobrar la alegría de vivir; fue el llamado “tiempo de los años locos”, cuando sonaba el charleston, el jazz. Y si los reyes y reinas comenzaban a escasear, las celebridades de esa época eran: Rostand, Loti, Ravel, Stravinsky, Guitiriz, Chaplin, Lifar, Hemingway.

Años más tarde, después del crack de Wall Street en 1929, sumado a la Guerra Civil española en 1936 y la ocupación alemana en 1940, durante la Segunda Guerra Mundial, las vacaciones en Biarritz quedaron un poco en el olvido.

Con el tiempo, el surf, entre otras cosas relacionadas con el buen vivir, atrajeron a muchos extranjeros que huían del reclutamiento para la Guerra de Vietnam o de la masificación de los destinos turísticos. En un giro caprichoso del destino, la burguesía que tradicionalmente veraneaba en aquella pequeña ciudad, comenzó a convivir con los hippies que llegaban de todas partes del mundo, con su música psicodélica y su mentalidad zen. Hay casas que pudieron haber alojado a líderes revolucionarios o rebeldes sin causa, hoy convertidas en pequeños hoteles, algunos tan modernos como se desee. También se ven cafeterías y restaurantes de todo tipo, tiendas de artesanías, de surf y chocolaterías, muchos de ellos propiedad de esos visitantes que llegaron para quedarse.

Con antojo hago una escala para comprar unos chocolates (receta de judíos que llegaron a la península ibérica), una rebanada de pastel vasco en la tienda Maison Adam y un café expreso. Catherine y yo tomamos asiento para admirar e imaginar el pasado de este bello destino turístico antes de realizar un tour carretero por todo Biarritz hasta llegar a Burdeos, una historia que compartiré en otro reportaje, ideal para los amantes del lujo clásico.

 

 

¿CÓMO LLEGAR?

A la región de Aquitania es posible hacerlo desde la ciudad de México con Air France. Es la mejor experiencia para conocer Francia desde antes de llegar, ofrece comida francesa maridada con vinos galos.

www.airfrance.com.mx

HOSPEDAJE

BIARRITZ

Hotel du Palais

www.hotel-du-palais.com

DÓNDE COMER

LE CLOS BASQUE

Este restaurante con estrella Michelin sirve el epítome de la gastronomía vasca, con un ambiente auténtico rebosante de los sabores del norte de España y un entorno rústico a la altura. Su menú es totalmente vasco, pero incluye platos tradicionales y más contemporáneos. Todos los ingredientes son de origen local y de la más alta calidad. Le Clos Basque es muy popular, así que reserva una mesa con antelación para evitar decepciones.

Dirección: Le Clos Basque, 12 Avenue Louis Barthou, 64200 Biarritz, Francia +33 5 59 24 24 96

PARA SABER MÁS

Biarritz se encuentra a sólo 20 km de la frontera con España, sobre el Océano Atlántico y es una de las principales ciudades del territorio vasco-francés.

Dicen que Víctor Hugo conoció Biarritz en 1843 y que él posicionó al destino como un lugar para vacaciones de verano.

 

 

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