ACAPULCO THE HOLLYWOOD GANG

ACAPULCO THE HOLLYWOOD GANG

Por Pepe Treviño

No hay uno, ni siquiera dos, sino tres versiones de Acapulco, muy diferentes. El primer Acapulco es el que está al lado de la famosa bahía sobre la que Frank Sinatra cantó en “Come Fly With Me”, que en realidad se llama Santa Lucía, pero eso no importa. Éste es el Acapulco de la leyenda, el puerto protegido, plantado firmemente en el mapa comercial por el conquistador Hernán Cortés en el siglo XVI, y redescubierto en la década de 1930 por la élite de Ciudad de México, que viajaba viajaba por tortuosas carreteras hasta  llegar a un tramo de costa con bosques frondosos, lagunas secretas y playas míticas.

La realeza de Hollywood pronto llegó también, pero en espléndidos yates, junto con un puñado de europeos que escapaban de los nazis. Fue así como transformaron una humilde aldea de pescadores de 6,000 almas en un spot para la jet set internacional, un destino encantador, lleno de magia e historias insospechadas.

Acapulco fue un atractivo turístico cuando concluyó la Segunda Guerra Mundial. Europa no era el mejor sitio para que el jet set de la época vacacionara; la paz mundial aún no era estable y las costas mexicanas resultaban desconocidas, hasta que comenzaron a llegar viajeros adinerados para hacer de Acapulco su lugar favorito para “descansar”.

Antes de los años 20 Acapulco conservaba toda su belleza natural, pero la infraestructura era pobre. Resultaba muy difícil llegar al puerto hasta que se logró construir el primer camino transitable que lo comunicaba con la Ciudad de México. Incluso se considera que el entonces príncipe de Gales y futuro rey Eduardo Vlll -quien gracias a una visita sólo por motivos de pesca en el puerto quedó asombrado por su belleza y esencia- decidió invertir en la construcción de varios hoteles que después se convertirían en los más deseados.

 

LA HISTORIA DEL JET SET EN ACAPULCO

El responsable de atraer turistas de Hollywood fue el músico suizo Teddy Stauffer, conocido por su gran éxito “Goody, Goody”, en los 30, que después de visitar Acapulco se enamoró del destino.

El estilo de vida de Teddy era de fiestas de derroche hasta que quedó en banca rota. Pero la suerte le sonrió cuando su amigo John Hardin, propietario del hotel Casablanca, le ofreció la gerencia del complejo. Teddy aceptó la oferta. Incluso dicen que logró cerrar negociaciones con productoras de cine nacionales e internacionales, las cuales aprovecharon la ubicación del edificio, que goza una de las mejores vistas de la bahía de Acapulco.

El edificio, aunque hoy está abandonado, aún luce el  trabajo arquitectónico de los suizos Max Lour y Max Webber, que echaron mano en 1945.

Con el tiempo poco a poco las celebridades se adueñaron del puerto. También llegaban magnates y políticos, como John F. Kennedy y Jackie, que pasaron su luna de miel el 13 de septiembre de 1953, hospedados por dos semanas en la habitación 151 del tradicional resort Pierre Marqués.

Otros famosos también compraron predios. Ése fue el caso de The Hollywood Gang, un grupo de actores famosos de esa época que decidió comprar un hotel para hacerlo su casa; se trata de Los Flamingos.

La Hollywood Gang estaba conformada por John Wayne, Johnny Weissmuller (Tarzán), Errol Flyn (Robin Hood, El capitán Sangre), Richard Widmark, Cary Grant, Tyrone Power (La marca del Zorro, Sangre y arena), Rex Allen, Roy Rogers, Red Skelton  y Fred McMurray (el profesor Boligoma), quienes decidieron comprar el hotel Los Flamingos para que sirviera como guarida y cómplice ante el embate de la mirada pública.

Este recinto tiene una historia muy interesante. El último propietario de la Hollywood Gang fue Johnny Weissmuller (Tarzán), que vivió allí hasta su muerte en 1984. Actualmente el hotel sigue brindando servicio, es un aliado del tiempo y mantiene los recuerdos desgastados frente a una alucinante vista al Pacífico mexicano.

Hoy ya no lo visita el jet set, tampoco los influencers de redes sociales, pero Los Flamingos conserva la piscina original y la casa de Tarzán —personaje protagonizado por Weissmuller—, una suite doble para dos familias dispuesta para renta por fines de semana.

Como sabemos, Stauffer era amigo de grandes figuras como Liz Taylor, Orson Welles y Ronald Reagan, celebridades que llegaron a Acapulco gracias a él. Pero el momento cúspide fue cuando Sinatra celebró su cumpleaños número 51 en el hotel Las Brisas. Incluso se cuenta que en esa ocasión, el 13 de diciembre de 1966, La Voz —como lo apodaban— visitó ilegalmente el puerto de Acapulco. Se sabe que Frank no era del agrado del entonces presidente Díaz Ordaz debido a que había sido vetado por ofender la imagen de México con su película Marriage on the Rocks, dirigida por Jack Donohue en 1965.

En el hotel Brisas también estuvieron hospedados personajes como Elizabeth Taylor y Mike Todd, que incluso celebraron su boda. Dicen que James Caan también tenía un departamento en la ciudad; al igual que Sean Connery en su época como James Bond. Así como las estrellas de la época disco de los 70, Donna Summer y Gloria Gaynor.

Otros invitados mexicanos que hicieron fama del puerto fueron María Félix, Agustín Lara, Silvia Pinal, Pedro Infante, Tin Tan y Cantinflas, personajes que vivían sus historias al ritmo del océano Pacífico. También hay que recordar la avanzada artística de la época, entre la que figuró Diego Rivera, quien tras la muerte de Frida y a su regreso de la ex Unión Soviética, hizo de Acapulco su refugio y su efímero nido de amor con Dolores Olmedo.

Con el tiempo Acapulco fue creciendo. La conectividad carretera poco a poco fue develando sus encantos y los famosos comenzaron a cambiar de brújula. Se convirtió en un destino masivo y popular para los vacacionistas de todo el planeta. Llegaron cadenas hoteleras y el boom no pudo evitar guardar el secreto.

Actualmente el puerto sigue viviendo de las viejas glorias y la nostalgia, que parece eterna. Pero hay que recordar el viejo dicho que señala “sólo lo clásico es supremo”. Así que Acapulco siempre será el destino predilecto para aquellos que buscan hacer su propia historia, para vivir un destino hasta hacerlo propio.

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