LA HISTORIA DE LOS ELEVADORISTAS

LA HISTORIA DE LOS ELEVADORISTAS

Por Redacción Watch it Firts

El primer ascensor de pasajeros tiene una historia, digamos lenta.

Fue instalado en 1857, en el edificio del centro comercial llamado Haughwout, en Nueva York, pero fue clausurado después de haber operado por tres años debido a que los clientes se negaron a utilizarlo.

Este elevador era Impulsado por una máquina de vapor, ubicada en el sótano del edificio de apenas cinco pisos, siempre operado por un elevadorista, que trasladaba a los usuarios a una velocidad de 12 metros por minuto, cuando en la actualidad los ascensores más rápidos lo hacen hasta a 12 metros por segundo.

En aquella época los ascensores eran considerados una atracción turística, no un medio de transporte debido a su lentitud y la sensación de inseguridad que generaban. Aún no existían edificios tan altos y los pisos más bajos eran los más cotizados para vivir; nadie quería subir tantas escaleras. Cuanto más alto era el piso, el alquiler era menor.

Pero los elevadores se convirtieron en una necesidad para inicios del siglo XX, cuando el motor de corriente evolucionó, permitiendo realizar viajes mas confortables al agregar velocidades intermedias de nivelación, generando un boom en la contratación de elevadoristas, sobre todo de mujeres, que tenían que estudiar en academias especializadas para mejorar sus habilidades en temas sociales y de Relaciones Públicas. Al menos, eso es lo que se esperaba de ellos en el Marshall Field’s de Chicago, la tienda departamental donde las empleadas tenían que saludar al cliente y llevarlo al piso deseado.

No fue hasta la década de 1960 cuando los operadores de ascensores fueron reemplazados por los ascensores automáticos. Es verdad que aún existen ascensoristas operando en algunos edificios, pero hay que reconocer que forman parte de una atracción turísticas. Es un oficio que se ha extinguido debido a que, como muchas otras industrias, la tecnología y la electrónica han obligado a desaparecer estos puestos de trabajo. Hoy, damos por sentado que simplemente podemos presionar un botón para llegar al piso que queremos.

La historia mueve las fichas. De esta manera, cuando estemos en un elevador, vale la pena cerrar los ojos, sobre todo cuando nos encontremos en un edificio histórico, para así recordar o evocar el glamour y la relación social que allí sucedía, en los mejores años.

Se trata de un recuerdo de altura.

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